Cuando llegó la noche, el terror se hizo en él. Se cumplirían las primeras veinticuatros horas de ausencia del mundo de los vivos que sin aún haber formalmente abandonado ya muchos le daban como un verdadero muerto.
–¿Ves aquella tumba?
Su
respuesta fue silencio. Entonces Concho le empujó para que avanzara.
–Muévete cabrón.
Forcejearon, pero el viejo sepulturero tenía sus destrezas
afinadas en aquel lugar cual si fuera su medio natural como dice el refrán de
pez en el agua. Su prisionero, que seguía atado de manos, aunque ya no
amordazado, no le quedó remedio que dirigirse a la tumba que le iba resplandeciendo
más a medida que se acercaban.
–¿Ves ese fulgor? Está a punto de salir a dar su ronda.
Todas las noches la misma mierda.
Ya
sentados sobre la tumba sentían desde abajo de sus cuerpos un resplandor que les
dibujaba en la noche como ánimas de último momento añadidas al conjunto de siluetas
nocturnales del cementerio. Así entre
medio de ellos se elevó desde la fosa el espectro de quien según la lápida fue
en vida Nihiliberto Moctezuma Barrientos; 1910-2010 quien se sentó en medio de
ellos a mirar para lejos.
–No te preocupes, ni te asustes. Como ves es un fantasma
silencioso. Lo conozco desde antes de empezar a trabajar en este cementerio.
Ni el espectro de Nilihiberto hablaba y muchos menos
él que seguía en silencio.
–Tú no tienes idea de lo que es joderse con fantasmas
tan pendejos.
Y él como el fantasma seguía en silencio.
–Lo que me faltaba, un vivo que no quiere decir
palabra como si fuera de todos el más muerto. Te voy a decir una cosa, o me
contestas y hablas conmigo o ahora mismo te convierto de verdad en fantasma como
a este que está entre nosotros.
Él lo ignoró, pero el espectro miró a Concho en reto
de que se atreviera a darle el zarpazo al vivo silencioso.
–¿Te fijas? No habla, pero jode. Así es todas las
noches. Me sigue a todas partes, se aparece y desaparece jugando a escondidas,
luego se sienta conmigo como para conversar, pero nunca suelta palabra. Así se
la pasa hasta que dan las tres de la mañana cuando decide visitar la funeraria
a escoger entre los ataúdes uno que le guste para hacerse el recién difunto a
la espera de que lo velen, le celebren funeral y lo entierren. Ya cuando los
gallos cantan a las cinco de la madrugada regresa al portón del cementerio a esperar
que le abra como en olvido de que es fantasma. Le abro para que no se decepcione
y sienta esa triste ilusión, pasa, se sienta frente a mí a observarme cómo tomo
café para seguir mi eterno insomnio hasta que se esfuma antes de salir el sol.
Lleva así desde la primera noche.
–¿Y por qué no habla?
Concho sorprendido le miró a la vez que escuchó del
espectro decir:
–Porque no me da la puta gana.
–¡Al fin te decides a hablar viejo loco!
–¡Al fin te decides a escuchar! – Le contestó el
muerto.
Y entonces entre Concho y el espectro después de
tantos años de resentimientos mutuos al fin se dio un dialogo. Mientras, el
vivo melancólico y prisionero permaneció entre ellos sentado mirando el
tintinear de las estrellas.
–¿Qué quieres decir?
–¿Qué quieres decir; qué quieres decir? – Se burló el
espectro turnando su ilusión espectral entre fantasma de blanco transluciente a
esqueleto fluorescente que llamó más la atención al sepulturero.
–Que, si te hablé alguna vez, no me escuchaste. Entonces;
¿para qué hablarle a un ser que no escucha ni a vivos ni a muertos? Vives un monólogo, Concho, eres un engreído
sumido en lecturas antiguas sabes de todo, erudito en cosas que ya pasaron, que
no tienen sentido.
–¡Tanto que he leído, sin educación formal! cuanto me he
cultivado para seguir…
–¡Para seguir comiendo mierda! ¡Ya nadie lee historia
universal mamao! Concho, a nadie le importa los detalles de tantas cosas que te
has imbuido sin ganarte otro título que el de sepulturero del pueblo.
–Quizás tengas razón; soy una tumba de conocimiento en
desuso.
–No te apures ya te enterrarán un día junto con todo ese bagaje que alegas cargar.
–¡Me ofendes!
Y como dicen los jóvenes de este siglo, Nilihilberto
le contestó con esa tremendísima pregunta de la existencia absurda de aquel
momento.
–¿En serio?
Y a Concho le salió un inglés muy perfecto.
–¡Fuck you!
El fantasma no pudo contener las risotadas que de
repente despertaron a medio cementerio. El melancólico cautivo también sonrió.
–No fue mi culpa. Hubiera muerto feliz a los ochenta.
Retrasaron tu comisión de sepulturero los que me mantuvieron inserviblemente
con vida y perdí de este mundo mi salida. ¿Estás molesto Concho?
–Sí, con quienes por otra comisión no te dejaron morir
a tiempo.
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