Dedicado a los mercaderes de este mundo
En aquellos días, tiempo después de que Caimán agarrara a Juancho trepado encima de su Más preciado amor, la caimana Pancha, este último experimentó una gran transformación en su existencia. Juancho, por lo regular se la pasaba merodeando en los bares cercanos a la laguna donde escuchaba las historias de los macharranes de turno sin que pudiera evitar que sus colmillos destellaran la sonrisa de autocomplacencia del si ellos supieran; pues tenía las propias y muy ciertas de sus andanzas en la cueva de cada caimán que descuidaba por un instante a su hembra. Mientras los tertulios avanzaban a son de palos viejos y cervezas, Juancho como quien no quería la cosa, se iba acercando a la puerta de su bar favorito camuflajeado entre cajas y cartones tirados, para dejar abierta su boca y libar así con los ya bebidos, aquellas delicias fermentadas, que entre galletas de soda, mortadela y queso de bola, caían a sus fauces golosas. Su vida era ordinaria y sin mayor preocupación que no fuera la que no lo cogieran encima de una lagarta ajena, pero eso no pudo evitarlo el día que Don Caimán lo atrapó extrayéndole a Pancha aquella dichosa espina de mangle.
–¡A tu madre le vas a sacar espinas, cabrón! Lo sorprendió con su potente voz Don Caimán.
Vaya forma de recordarle a su progenitora, pensó, sin darse tiempo a reflexionar de nada más en medio de aquel predicamento en que de repente se encontraba. Era ya algo tarde para divagar, sobre espinas, madres, lagartas o hasta iguanas, pues la golpiza que le vino encima como un torbellino imprevisto de colmillos y coletazos que le propinó Don Caimán, le privó de toda noción que no fuera el dolor intenso por cada herida que iba experimentando. Mientras su cola y torso se revolvían en aquel dolor intenso en todas las direcciones y sus fauces ya totalmente rojizas mordían el viento, a rugidos tenebrosos le exigía el saurio mastodonte de Caimán, la evidencia, aquella prueba fehaciente de la espina que Pancha tuvo enterrada, porque allí en la cabeza de ella no estaba, ni siquiera herida, rastro o huella, por lo menos donde se alegaba como defensa, en la testa caimana, la supuesta aguja vegetal que había provocado el entuerto de apariencias que jamás ni el mismo Caimán, logró superar. Este, no llegó matar a Juancho porque lo dio por muerto cuando en realidad estaba el mismo, entre el delirio, la confusión de la montada y la golpiza de mordidas y coletazos que repentinamente sufrió pues no tenía claro si era el delirio de la pasión aquella, la manera de Pancha expresarle el éxtasis o verdaderamente la mentada de madre con el subsiguiente acometimientoy agresión. En fin, que Juancho quedó fuera de onda, por lo menos la de aquel mundo de lodo mal oliente y de repente se vio en un jardín acuático de donde emanaban gases coloridos de múltiples tonos y brillos que sonaban melodías de otro mundo al son del ritmo en que las veía moverse. Un chango, entogado de plumas azabache sobrevoló el pantano vociferándole al mal herido, el apocalipsis de su existencia. Entonces dentro de aquel trance, giró su panza de reptil en torbellino nuevamente al suelo y se vio en un paraje perfumado, adornado de la flor única que caimanas doncellas, rodeaban en círculo emitiendo un OM infinito que ondeaba concéntricamente las aguas superficiales del otrora pantano que de súbito se antojaba en un oasis cósmico de ensueño. Otro chango de aspecto de juzgador severo, voló en dirección contraria al anterior y bombardeó sobre las narices sangrantes del reptil, una mierda que le volvió más o menos a la realidad previa. Ya vuelto de aquel trance, se percató que estaba en los predios de su bar favorito. No sabía cómo había llegado allí pero despertó al chorro de lo que primero pensó fue cerveza y ya consciente corroboró que un borracho lo estaba inadvertidamente meando. Era aquel acto la culminación de las humillaciones sufridas en un solo día. Caminó lentamente como pudo hacia el pantano y se sumergió recordando las doncellas en su infinita entonación del Om místico. Cuando emergió del agua que le purificó del orín y el excremento, había resuelto el resto de su existencia: Se dedicaría a la contemplación, la meditación y consecuentemente como ya sabemos, a ser un gran reflexionador, más admirado que antes por lagartas y lagartos y de paso hacer de ello su nuevo modus vivendi. Se ganó el resto de su vida brindando charlas de auto ayuda y motivación.
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