Monday, June 29, 2015

Seni Ciento

IV
Seni Ciento
Ciento y la madre
Expresión utilizada en España
Juancho, era de una familia de puros caimanes.  Había un caimán turco que parecía árabe o un árabe que parecía turco quien en los tiempos de la quincallería se había asentado cerca de las aguas de la laguna y vivía entre los pobres que habían sido desplazados de los campos agrícolas.  El asunto fue que se llamaba Seni Akin y por ahí ya se sabrá su verdadero origen de turco o de árabe.  Un día llegó a la laguna cuando la misma, aún estaba bordeada de una fronda muy profusa y en la cual anidaba toda especie de aves y otras que sin ser aves al igual, eran ovíparas de proliferación masiva. También bajo aquella fronda promiscua, se deleitaban crustáceos y cada animal que no se decide entre vivir en el agua, el aire o en la tierra firme.  Los más que abundaban eran aquellos que le dicen anfibios, pero quizás no son otra cosa que aprovechados de circunstancias que les impuso la naturaleza o el humano mismo y los muy pragmáticos juegan la existencia a las dos aguas y sus conveniencias hasta que un día o se les seca el lago o se les inunda la tierra y se cagan en la madre que los parió.  Bueno, precisamente este relato tiene que ver con madres, comadres o madre, entre otras cosas.  Resulta que Juancho, no era Juancho pues el nombre original en el tiempo se había de cierta manera empolvado con olvido y otras sustancias de la existencia.  Les pasa a muchos que todos les conocemos por un nombre y un día cuando llegan las formalidades de morirse, comprar casa o casarse, sin quedar otro remedio, hay que sacar documentos viejos para descubrir entre otras sorpresas los verdaderos nombres y circunstancias.  Suele suceder, más antes que ahora, que se utilizan otros métodos desde que se descubrió que la jodedera no necesariamente era para traer caimanes al mundo, que las familias eran muy numerosas y la de Juancho, no era la excepción sino uno de los ejemplos que más evidenciaban aquella tendencia original de la orden dada en el principio de creced y multiplicaos.  
El padre caimán de Juancho, quien se llamaba Pancho, había tenido unas cuantas caimanas que le habían dejado buena prole, se marchaban por razón natural o artificial y con toda y prole traía el viejo Pancho, nueva caimana con la que seguía fielmente el rito de la recreación y procreación.  Como eran tan numerosos, Pancho, tenía que ir a buscárselas más allá de los contornos de la laguna.  Llegaba hasta los patios de los bares y los chinchorros buscando siempre mercancía que los humanos no fueran a utilizar y que resultaban ser las sorpresas agradables conque obsequiaba a sus caimancitas y caimancitos que tanto le motivaban. También de vez en cuando obsequiaba a la caimana Mana, su última pareja concubina y madrastra de las caimanas mayores que aún no se desprendían del clan.  Mana era por mucho la madrastra demasiado joven para que las hijas mayores de Pancho, hubieran podido transar y aceptarla como figura que no compitiera con ellas que estaban ya de cola en popa.  Ella, Mana, por ser tan joven y madrastra prematura, resultaba ser competencia para aquellas hijastras a las que no interesó agradarles nunca, en particular, a aquella de la cola más parada y presumida llamada Jacinta.  Bautizada así por su padre cuando al nacer quedó de alguna manera huérfana y la nombró en honor a la flor más linda del pantano que por acá es el jacinto y no loto como en oriente.  Así entre tantas orfandades, aquella nueva huérfana fue la pupila de verde-amarillento diamante del viejo caimán Pancho. Cuando este último llevó a Mana a vivir en la laguna, no hizo cálculo alguno entre edades, competencias y atracciones.  Fue así que Mana, sin encomendarse a nada ni a nadie, decidió que para caimana cachonda, estaba ella y nadie más.  De tal manera, la trama, el drama y la disputa con toda la intriga como en las novelas y algunos cuentos cortos, quedó trabada entre Mana la madrastra y Jacinta a quien le tenían por mote el de Peluca.  Esta, se había ganado el sobrenombre, por la osadía que tuvo un día de ponerse sobre su testa anfibia, unas hilachas amarillas que encontró a la orillas de un bar. Se trataba de un enredo de pelusas o hilachas que caían concéntricamente a manera de un peinado en paje y de un color como el de la flor de calabaza.  No se sabe si en verdad se la puso o se la enredó el destino en su testa pero al mirarse al espejo de la laguna le pareció buena la imagen transformada.  ¡Qué mejor camuflaje para hacer de las suyas en y fuera del agua y qué preciosa se veía, si hasta parecía humana! Pensó. También divagó en la conveniencia de buscar alguna baya para pintarse el marco de sus fauces de rojo, pero desistió. Muy oronda, siguió camino de regreso a la laguna y al llegar, miles de ojos anfibios saltaron de las aguas y se hizo el caos. Todos permanecieron en la eternidad del silencio previo al trueno estrepitoso de la burla y la socarronería.  No podían creer lo que sus ojos de reptiles atestiguaban.  Jacinta no tenía nada de la flor que había inspirado su nombre y por el contrario, lucía como un verdadero vegetal de cáscara verde y dura, adornado por la moña que le hacía aquel particular juego con el amarillo de la peluca improvisada. 
  • ¡Cuidado! Una calabaza se acerca para atacarnos.
  • ¡No es una calabaza, es un soldado en camuflaje!
  • ¡Tampoco! Miren bien es una planta de maíz que viene a refrescarse para no estallar en palomitas!
  • ¡Jacinta la rubia, Jacinta Peluca! – A coro todos le gritaban muertos en un charco de risa.
  • Peluca, peluca, peluca…
Los anfibios que suelen ser o aparentar gran sobriedad y postura, supuestamente no soportan las ridiculeces; aquel día sin embargo, luego de la sorpresa mutua y los burlones comentarios, estallaron en risotadas que espantaron la laguna entera hasta que llegó la noche, plena de estrella, de grillos, coquíes, búhos y lágrimas verdaderas de cocodrilo hembra.  Jacinta la rubia, Jacinta peluca, peluca, peluca retumbaba entre los sonidos nocturnales el recuerdo de aquel coro de todos que se burlaban muertos de la risa en un pantano de tinieblas.  Peluca, peluca y se quedó con el apodo que la persiguió de Peluca.  
Fue tan terrible el mal sabor que quedó en la pobre Jacinta, que ya no volvió a intentar ser peluda como lo son los mamíferos y guardó el resentimiento a tal grado que deseó un día, que cayera un meteorito y los destruyera a todos como había pasado con sus más antiguos ancestros los llamados dinosaurios.  Pero como los deseos y las fatalidades no se cumplen excepto que las circunstancias naturales coincidan y para ello a veces tienen que pasar millones de años, Peluca se dedicó a ser la dulce cenicienta sufrida a los brazos de aquella madrastra que ni la tocaba con una vara y en su lugar le complacía cada capricho nada más que por aquello de joder y mantener a Pancho en buen agrado que cada noche la ensartaba como ensartan los buenos cocodrilos a sus hembras con el falo que la naturaleza les proveyó en estado perpetuo de erección.  Así fue que en aquella guerra fría en la laguna que se iba convirtiendo día a día en pantano por los efectos de los humanos que continuaban su mudanza a su orilla, un día sin querer, el viejo turco que confundían con árabe dejó escapar en el torrente sus semillas que aprovecharon varias caimanas. No se sabe cómo ni cuándo pero las caimanas jóvenes y maduras de pronto comenzaron a anidar milagrosamente, no sabían que la fertilidad de aquel extraño las había tocado.  Se juntaron también en el torrente, con las semillas de pancho y cada caimán que nadaba en el charco y entonces vino el caos y confusión antes de que hubiera aquel nuevo génesis que transformaría la vida de la laguna y consecuentemente la de la isla entera. Entre los huevos producidos en el torrente de las pasiones de Pancho y Mana, fueron tantos los huevos que empollaron, que ya no hubo muchos nombres para bautizar a aquel caimancito que por alguna razón extraña resultaba con rasgos lejanos a los ordinarios y cercanos a los del turco lacónico que sigilosamente un día como había llegado, se marchó sin que nadie supiera más de su rastro.  –Menos caimanes, menos colmillos. – Dijo complaciente Pancho un día y por las dudas y en honor al turco aquel que era caimán del misterio y que llamó tanto la atención en la laguna, le nombraron como a aquel, sin apellido de caimán pero con nombre turco compuesto: Seni Akin, que si le tradujéramos literalmente quiere decir Tú Torrente o Tu Torrente en idioma de aquel forastero allegado al charco familiar.  Antes de nacer el pichón de caimán, el huevo que lo guardaba en su gestación había sido marcado con una tinta por unos humanos que vinieron a hacer experimentos en la laguna, luego cuando nació, le recortaron elegantemente la cola para seguirle el trayecto.  Nadie tenía al pequeño caimán como uno más sino que le veían como un advenedizo tocado y privilegiado por los humanos.  Así que no le bastó, al pobre bastardo según le llamaría Mana, ser parecido al turco, sino que ya iba marcado y diferenciado, resultando ser un perfecto extraño entre los suyos, como aquel cuento del caimancito feo. Y mientras el chico caimán las jugaba al caimancito feo, Peluca que la hacía de cenicienta a los niveles psicológicos, le dio con añadirle un dicho que oyó de unos españoles un día que lo presentó a sus amistades caimanas de otra laguna. 
–Ella es mi madrastra, les dijo. – Seni, se sintió incómodo y quizás acomplejado de tener una madre en menos valía y con título y rango desmejorado en madrastra.  Su madre era a partir de su hermana Peluca, toda una madrastra como en aquellos cuentos donde precisamente las madrastras eran malvadas sustitutas de madres nobles y buenas que por razón misteriosa y nunca bien explicada desaparecían del panorama.  Los padres aparentemente tenían una tendencia hacia las madrastras. A la larga, ella, Peluca, a quien no le faltaba nada siendo la hijastra, en virtud de la abundancia de caimancitos y caimancitas que le habían llegado de hermanos y hermanas, terminó presentando a Seni Akin. 
– Y este, es mi hermano Seni. 
– ¿Son muchos ustedes? –Le preguntó una caimancita insidiosa.
–Sí. Seni, ciento y la madre. Contestó Jacinta aludiendo al dicho español que recién había aprendido.
Y entre tanto enredo de nombre, de turcos, de trucos, pelucas, refranes y cuentos de hadas nos contó un día aquí, Juancho que por un tiempo se llamó ya no Seni Akin, sino Seni Ciento hasta que un día decidió ser él mismo, o por cosas de la vida apodarse como ahora, simplemente Juancho.

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Wednesday, June 17, 2015

Juancho


Dedicado a los mercaderes de este mundo
En aquellos días, tiempo después de que Caimán agarrara a Juancho trepado encima de su Más preciado amor, la caimana Pancha, este último experimentó una gran transformación en su existencia. Juancho, por lo regular se la pasaba merodeando en los bares cercanos a la laguna donde escuchaba las historias de los macharranes de turno sin que pudiera evitar que sus colmillos destellaran la sonrisa de autocomplacencia del si ellos supieran; pues tenía las propias y muy ciertas de sus andanzas en la cueva de cada caimán que descuidaba por un instante a su hembra. Mientras los tertulios avanzaban a son de palos viejos y cervezas, Juancho como quien no quería la cosa, se iba acercando a la puerta de su bar favorito camuflajeado entre cajas y cartones tirados, para dejar abierta su boca y libar así con los ya bebidos, aquellas delicias fermentadas, que entre galletas de soda, mortadela y queso de bola, caían a sus fauces golosas. Su vida era ordinaria y sin mayor preocupación que no fuera la que no lo cogieran encima de una lagarta ajena, pero eso no pudo evitarlo el día que Don Caimán lo atrapó extrayéndole a Pancha aquella dichosa espina de mangle.

–¡A tu madre le vas a sacar espinas, cabrón! Lo sorprendió con su potente voz Don Caimán.

Vaya forma de recordarle a su progenitora, pensó, sin darse tiempo a reflexionar de nada más en medio de aquel predicamento en que de repente se encontraba.  Era ya algo tarde para divagar, sobre espinas, madres, lagartas o hasta iguanas, pues la golpiza que le vino encima como un torbellino imprevisto de colmillos y coletazos que le propinó Don Caimán, le privó de toda noción que no fuera el dolor intenso por cada herida que iba experimentando.  Mientras su cola y torso se revolvían en aquel dolor intenso en todas las direcciones y sus fauces ya totalmente rojizas mordían el viento, a rugidos tenebrosos le exigía el saurio mastodonte de Caimán, la evidencia, aquella prueba fehaciente de la  espina que Pancha tuvo enterrada, porque allí en la cabeza de ella no estaba, ni siquiera herida, rastro o huella, por lo menos donde se alegaba como defensa, en la testa caimana, la supuesta aguja vegetal que había provocado el entuerto de apariencias que jamás ni el mismo Caimán, logró superar. Este, no llegó matar a Juancho porque lo dio por muerto cuando en realidad estaba el mismo, entre el delirio, la confusión de la montada y la golpiza de mordidas y coletazos que repentinamente sufrió pues no tenía claro si era el delirio de la pasión aquella, la manera de Pancha expresarle el éxtasis o verdaderamente la mentada de madre con el subsiguiente acometimientoy agresión.  En fin, que Juancho quedó fuera de onda, por lo menos la de aquel mundo de lodo mal oliente y de repente se vio en un jardín acuático de donde emanaban gases coloridos de múltiples tonos y brillos que sonaban melodías de otro mundo al son del ritmo en que las veía moverse.  Un chango, entogado de plumas azabache sobrevoló el pantano vociferándole al mal herido, el apocalipsis de su existencia. Entonces dentro de aquel trance, giró su panza de reptil en torbellino nuevamente al suelo y se vio en un paraje perfumado, adornado de la flor única que caimanas doncellas, rodeaban en círculo emitiendo un OM infinito que ondeaba concéntricamente las aguas superficiales del otrora pantano que de súbito se antojaba en un oasis cósmico de ensueño. Otro chango de aspecto de juzgador severo, voló en dirección contraria al anterior y bombardeó sobre las narices sangrantes del reptil, una mierda que le volvió más o menos a la realidad previa. Ya vuelto de aquel trance, se percató que estaba en los predios de su bar favorito.  No sabía cómo había llegado allí  pero despertó al chorro de lo que primero pensó fue cerveza y ya consciente corroboró que un borracho lo estaba inadvertidamente meando. Era aquel acto la culminación de las humillaciones sufridas en un solo día. Caminó lentamente como pudo hacia el pantano y se sumergió recordando las doncellas en su infinita entonación del Om místico. Cuando emergió del agua que le purificó del orín y el excremento, había resuelto el resto de su existencia: Se dedicaría a la contemplación, la meditación y consecuentemente como ya sabemos, a ser un gran reflexionador, más admirado que antes por lagartas y lagartos y de paso hacer de ello su nuevo modus vivendi.  Se ganó el resto de su vida brindando charlas de auto ayuda y motivación.
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Tuesday, June 16, 2015

Changos




III

Changos

Al pájaro se le conoce por la churreta.”

Refranero Puertorriqueño 

Ya cercana la fecha para su graduación Universitaria de Bachiller en Artes con grado en Ciencias Políticas, hijo de pobre pero muy soñador, Fermín Prieto, con el único peso que le quedaba para pasar el fin de semana, decidió comprar una empanadilla que le sirviera para sostenerse en lo que llegaba el lunes cuando por fin cobrara el último cheque de la beca que le correspondía del año académico. Aquel pastelillo humeante preparado en harina de pan, relleno de queso y salsa barata, representaba un delicioso manjar cuyo calor vaporos, le hacía pensar que era lo que merecía en adelanto para calentar el estómago para el hambre que tendría que sufrir durante el fin de semana que comenzaba. Le tocaba otro sábado y domingo en ayuno involuntario y por lo menos quería engañarse con aquella merienda tan común entre los universitarios de entonces. Era la tan famosa empanadilla de pizza, un invento muy isleño. Los viernes eran tan solitarios en el recinto universitario que no tuvo reserva alguna en pedir al pelao, una empanadilla de a peso sin refresco o bebida alguna para bajarla con un vaso de agua que por cinco centavos adicionales le sirvieron justificando que cobraban el hielo. Su ya acostumbrado estoicismo, celebraba la antesala de aquel banquete mientras se dirigía a una de las bancas destinadas a merendar por costumbre, en medio de las interminables charlas de tantos compañeros que hasta por distraídos ni llegaban a sus respectivas clases. Ese no era el caso un viernes en la tarde, todo estaba en silencio y solitario. Entre el hambre que apretaba y el aroma fluido de aquella empanadilla, el trayecto entre el quiosco y la mesa de merendar se hacía infinito como infinita fue la sorpresa que vino de arriba. ¿Por qué en un lugar de comida habían dejado expuestas las vigas sin un plafón que las ocultara y más aún que protegiera al merendante de los bombardeos como fue aquel caso que desde dichas trincheras elevadas lanzaran los mozambiques a los alimentos de algún descuidado estudiante. Fermín no lo podía creer. Nunca un chango de aquellos, le había hecho cosa parecida, al menos a uno a sus alimentos, pero ese era el día de probar su hambre o su paciencia. Daba por empezado el ayuno o sacudía la gracia por uno de aquellos pájaros negros que con avanzada picardía se las ingeniaban para hacer de los alimentos ajenos, los propios. Prieto de apellido y prieto como las plumas de aquellos pájaros impertinentes, meditó y reflexionó sobre el despojo fecal sobre su único alimento, lanzado desde las dichosas vigas al descubierto. Miró a todos lados verificando que nadie le observara, sacudió como pudo aquella gracia del pájaro sin saber que al igual que las gallinas todo plumífero mea y caga a la misma vez por lo que pasó inadvertido que el sumo de aquel depósito de última hora se había filtrado a las delicias que rellenaba aquella empanadilla que de repente apretó suavemente con la servilleta cerciorándose que aún tenía para romper el ayuno.

–Entre por aquí. ¡Por ahí no, por aquí! ¡Pero qué tipo tan despistado! ¿Cómo te llamas? 

Sin que nadie le hubiera dado respuesta aquel chango prosiguió como si nada. 

¡Prieto, prieto, como nosotros los changos! ¡Pero pasa, no te quedes ahí parado, o mejor dicho ahí flotando! Ja ja ja… — Estalló en risotadas incontenibles el pájaro. —Adelante. —Tomando compostura y con voz muy engolada y sobria. — ¡Este es el cuarto, la sala!

  • ¿Cuarto, sala, de qué?
  • ¡Ah, conque sabes hablar! Ya me estaba imaginando que eras mudo o tarado. Bueno lo de tarado veremos, porque por hablar no me evidencia nada.
  • ¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando?
  • Preguntas, preguntas, blah, blah blah… Siempre confundidos, vienen a la Universidad, a la IUPI que es la favorita, la de la jodedera, la de fumar pasto y meterse cuanta porquería encuentras y luego tan tontos: ¿Dónde estoy? ¿Qué es eso? ¿Quién es usted? ¿Los changos hablan? Ya te adelanté dudas y preguntas, así que ni te atrevas…
  • ¿Qué carajo tenía esa empanadilla?
  • Entre risotadas: ¿Y preguntas? ¡Mierda de chango!
  • Mierda de chango será usted y ni siquiera soy chango, mida sus palabras.
  • Eres tarado, definitivamente. ¡Loco! La empanadilla tenía mierda de chango; y si te fijas, te das una mirada de arriba hacia abajo vas a descubrir algo interesante.

Fermín se miró desde los pies, o las patas, los muslos, el torso y finalmente lo que ya no era boca sino pico de pájaro, no tenía manos sino alas; se había transformado, había emplumado y el grito que quiso instantáneamente soltar no fue otra cosa que el chirrido estridente de un chango con conciencia recién despertada a su fatalidad. ¿Quién lo iba a entender? ¿Quién lo iba a creer? 

  • ¡Qué!
  • Eres un pájaro y más que pájaro, eres todo un chango, un “black bird”, envidia de los cuervo majaderos. — Le dijo el anfitrión a su repentino y asombrado huésped, 

mientras con delicia socarrona recogía su pico hacia atrás plegándolo de su cuello como si quisiera sacarse un piojillo de su pecho a la vez que celebraba con sonrisa pajaresca la presencia y confusión del recién advenido chango. 

  • “Shit.” Eso me pasa por estar leyendo tanto a Kafka, por guillármelas de intelectual.
  • Bienvenido, estás a punto de graduarte y nadie se gradúa ni lo aceptan en la escuela de leyes, porque ya lo sé todo, vas a ser abogado, vas a estudiar leyes en la escuela de la iupiii, sin que te vayas relacionando con lo que son las togas…
  • ¿Un chango con toga? ¿En serio?
  • ¿En serio, en serio, en serio? ¡Vaya originalidad esa de ustedes y el en serio ese! Mira cabrón, si quieres ver algo original acaba y pasa tu plumífero cuerpo por esta puerta para que veas lo que has venido a ver y que sin otro remedio te tengo que mostrar.

Resignado, no le quedó remedio que pasar por aquel umbral que desde el principio el chango gruñón le había indicado. De la claridad que había en la antesala, donde todo estaba rodeado por blanco puro e increíble sin que se vieran paredes, como un recinto pulcro en el más destellante marfil, interrumpido sólo, por aquellas dos presencias emplumadas en negro azabache para provocar el mayor contraste. Al pasar el umbral de aquella puerta en medio de la nada, todo se tornó en la más profunda obscuridad y sólo el amarillento color de los ojos de cada pájaro era lo que podía apreciarse. 

—¿Dónde estamos? — Preguntó con asombrada voz de recinto sacro, sintiendo el génesis de un Universo que apenas se empezaba a descubrir a la luz de su mente.  El otro pájaro, el gruñón y mucho más viejo, sin contemplación alguna de obscuridad, espacio o recinto, gritó: 

  • ¿No te lo he dicho ya? Estamos en el cuarto de las togas. Tú, no sólo vas a ser
    abogado. ¡Vas a ser juez, pendejo!
  • ¿Y por qué está todo tan obscuro?
  • Es por virtud de la luz que se hace a partir de las sombras, es por la presión que recibe el carbón para volverse diamante… ¡Es porque eres un mamao y no te das cuenta que a tu derecha hay un interruptor donde la puedes prender si es que la Autoridad de Energía Eléctrica, aún no nos ha suspendido el servicio! Sube el maldito “switch” para que veas. ¡Paciencia contigo! 

Parpadeando…

  • ¡Voilá! Gritó el chango gruñón. 
  • ¿Y para qué un chango ha de ponerse una toga?
  • Para lo mismo que se la pone un juez, para juzgar.
  • ¿Y desde cuando los changos juzgan?
  • Desde siempre. Juzgamos todo y a todos. Sentenciamos y condenamos. A ti por ejemplo el mismo momento que compraste la empanadilla estabas juzgado. No te atrevías comprarla frente a la multitud, esperaste a estar solo para no pasar a tu ego por la vergüenza de mostrarle al mundo que no tienes dinero. Estamos aquí para observar, analizar, juzgar y sentenciar de tal forma que aprendas a ser mejor. No hay nada malo con ser un hambriento sin dinero si estás luchando en buena lid de salir de tu miseria. Vivir conforme a ella sin esconderla es un acto de honor, dignidad y valentía.
  • ¿Qué tiene que ver eso con los jueces y las togas?
  • Sencillo mi querido Fermín. Los jueces no tienen la capacidad, el privilegio, la altura y la sabiduría que tenemos los changos.
  • ¿Y tú me hablas a mí de los egos, de humildad y todas esas cosas? 
  • ¿Quién mejor que yo que soy el chango maestro? De paso, no me andes tuteando que eso es cosa de políticos irrespetuosos, confianzudos e igualados. Llevo toda mi vida en la Universidad y soy descendiente directo del primer chango que se le cagó en la toga al mismísimo Jaime Benítez. Coger la cagada de un chango es un privilegio y más aún si es de mi alcurnia. 
  • Ok.
  • Pues como te decía, ya que los jueces son meros abogados con suerte y buenas conexiones, llegan muy necesitados de todas las cosas que nos caracterizan a los changos. Sobre todo de esa capacidad para ver la gran imagen, el “big picture” como les gusta decir a los jíbaros. Son gente muy desconectada y hay que conectarlos y elevarlos para que vean esa gran imagen sobre todas las cosas que les permita juzgar.
  • ¿Y cómo se conectan? Me dicen que los que van a la escuela de leyes son los más blanquitos y riquitos del país, que ya están conectados.
  • No hablo de esa clase de conexión. Efectivamente están conectados con el poder, con el gobierno, pero desconectados con el pueblo.
  • ¿Y no los enseñan en las escuelas de derecho a abstraerse de esa realidad socio-económica y política para poder ser buenos abogados, mejores jueces? 
  • Ja ja ja. Eres un genuino soñador que compró el sueño de la igualdad, la justicia y el bla bla bla… ¡No! Por eso hemos creado las togas para jueces…El mismo gobierno nos han contratado para venderles estas togas hechas con fibra de pluma de chango para que resuelvan ese problema de circuitos neuronales, éticos, humanos y de toda clase en los jueces. 
  • ¿Ah sí? ¿Y cómo funcionan?
  • Mira allí, hay una toga para juez Superior. Ábrela y obsérvala.
  • ¡Wow! ¡Está llena de luces, como si tuviera contenida una noche iluminada por estrellas y cuerpos celestes! Parece magia…
  •  Por eso las proveemos al gobierno. ¿O crees que tanta sabiduría en tanto ser simplón automáticamente se deba al vestir cualquier toga? No, no, mi querido Fermín, esa magia se logra sólo con estas togas para aquellos que no lo trajeron de nacimiento ni se cultivaron lo suficiente. 
  • ¿Pero y las escuelas de derecho, no preparan a los estudiantes para ser excelentes juristas?
  • Ja. Eso es un chiste. Las escuelas de derecho son la fábrica por excelencia de la mediocridad imperante. Su misión es recibir estudiantes del crisol social de acuerdo a la escuela que sea. Las más prestigiosas reciben a la llamada crema y nata social. A esos que siempre mantuvieron grado de excelencia dentro de los cuatro puntos. Las otras, reclutan a muchos buenos y excelentes que por ser hijos de menos afortunados no lograron mantenerse dentro de cierto grado de excelencia académica; pero también reciben a los menos talentosos o menos aprovechados en los estudios previos, quienes por ser hijos de don dinero, logran la entrada y más aún alcanzan los promedios que ya ni los más inteligentes de la otra escuela se les permite disfrutar. Entonces tenemos entre los graduados unos malos que pasan como buenos y unos buenos que pasan como malos. Los ya preseleccionados desde antes de llegar a la escuela serán los que compondrán el grupo selecto de jueces que tan mal juzgarían al pueblo que no conoce, a no ser que hubieran tenido acceso a estas togas de chango prieto.
  • Togas de chango prieto…
  • Sí. Estas son las verdaderas togas cuya luz se conecta con las neuronas de los jueces nombrados por el ejecutivo y confirmados en el senado. Así es que la inteligencia y sabiduaría que nunca tuvieron al entrar a esas escuelas de leyes y menos desarrollaron en esos tres o cuatro años de atragantamiento jurídico insensato y deshumanizante, es complementado por la tecnología changa. ¿Tú nunca escuchaste decir este juez o jueza es la changa? De ahí viene el refrán, le dijo el viejo chango mostrando una sonrisa pícara llena de dientes imaginarios.
  • ¿Y aquellas otras togas?
  • ¡Ni las mires, te vas a quedar ciego! ¡Esas son las de los PhD, los iluminados!

Ni la mires, los iluminados, ni la mires… Poco a poco iba regresando Fermín Prieto, de aquel mareo por el bajón de azúcar, la empanadilla aún empuñada y sin probar, era picoteada por un chango de plumas alborotadas y curtidas en los lodazales del último aguacero universitario. Se levantó como pudo, se tragó un sobrecito de azúcar para revivir aún más y se fue caminando al hospedaje pensando en las togas o en las escuelas genuinas para jueces, para no necesitar ni aparentar magia, las que fueran verdaderas, como las que anhelaba un día vestir sin artificio de conexión alguna, ganada por sacrificio y esmero propio si tenía la suerte y la fortuna de conectarse con una pala. Y mientras desviaba su pensamiento por esas aguas, otro chango le asestó una nueva cagada.

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Tuesday, May 26, 2015

Caimán

Un día, de esos en que la bruma de polvos proveniente del desierto del Sahara, se confunde con los nubarrones de cenizas del azufre volcánico para hacer de fondo a nuestra realidad isleña, al entrar al vestíbulo del tribunal, me percaté que estrenaban banquero automático. El lagarto que lo acababa de instalar, con sonrisa socarrona guiñó su ojo a los alguaciles que guardaban la entrada y salida de aquel recinto de la justicia criolla, mientras muy orondo en su andar de brinquito en dos patas se alejaba silbando el tema de una película de Marlon Brandon. Luego, ese mismo día en la tarde, lo volví a ver, pero ya vestido de abogado, con otro guiño a un juez. Me preguntaba cómo nadie se percataba que se nos había colado un caimán de hocico largo, dientes filosos y torcidos que apenas podía disimular como no disimulaba su cola sinuosa en aquel lugar de togas solemnes y voces engoladas. Pero la vida de muchos abogados, independiente de su talento y capacidad, está ligada a la supervivencia del día a día y pronto olvidé aquel reptil o por lo menos supe ignorarlo para no perturbar mi paz mental o provocarme un diagnóstico desagradable de alguien que no me quisiera bien.  No volví a recordar aquel caimán con corbata hasta estos días que se ha hecho notorio por sus artes en el mundo de la santería.   Por aquello de la curiosidad y como ya casi ni dedico el tiempo a ejercer esa triste profesión de jugar a la justicia, me di a la tarea de localizar al susodicho. Al siguiente día de la noticia y su revuelo, me levanté temprano, tomé mi tacita de café y me fui por cada pantano, laguna, charca y hasta inodoro abandonado sin poder dar con el archí famoso rastrero. Sin embargo llegué a dialogar con otros caimanes y caimanas que lo conocieron y bajo anonimato proveyeron cierta información interesante sujeta a ser corroborada cuando por fin diera con el destino de aquel pícaro que había logrado burlar a tantos ejecutivos y ciertos honorables, mientras se paseaba por pasillos de lujoso mármol codeándose con entes del poder político, social, jurídico y económico del país. Los pocos que hablaron, algo reticentes por temor a represalias, venganzas y hasta hechizos, pidieron no ser identificados bajo circunstancia alguna. A continuación les presento parte de los diálogos que culminaron con la gran entrevista a Don Caimán, que es como lo llaman en ese mundo surrealista:  

—Mire, es que Don Caimán todavía está muy conectado. Si se llega a enterar que hemos hablado de él, corremos un gran peligro.
—No se preocupe que para nada serán sus nombres revelados.
—¿Seguro? Mire que aquí en esta Isla, todavía los caimanes somos minoría y Don Caimán se las arreglará para saber de una forma u otra quién estuvo hablando de él a sus espaldas, aunque fuera en anonimato.
—Vamos a hacer un trato.
—¿Cuál?
—Que si se llegara a publicar un escrito haciendo referencia a esta conversación, salvaré la responsabilidad de ustedes alegando que todo el mismo, ha sido una ficción producto de mi imaginación.
—Me parece justo. Además: ¿Quién en su sano juicio va a pensar que los caimanes nos la pasamos por ahí entre ustedes disfrazados de ejecutivos, abogados, profesionales y hasta de honorables?
—Ya usted ve. Mi historia será tan increíble y fantástica que creerán que la escribí nada más que para entretener.
—Ay, Míster, si más que entretenidos están ustedes los humanos en esta Isla, para qué usted va a escribir algo como para entretener. Los tienen entreteniditos. Mire cómo todo el mundo habla del IVA como si hablaran de un juego de futbol o de baloncesto. A la larga protestan, gritan y pataletean y sus gobernantes creídos en la investidura divina que baja cada cuatro años a iluminarlos no harán otra cosa que aprobarles y espetarles sin compasión esa nueva carga tributaria.

—¡Vaya que usted es reflexivo!
—¿Qué remedio nos cuesta a los caimanes y otros como los de nuestra especie? El tiempo lo pasamos lentamente, lo degustamos como degustamos suavecito todo lo que nos comemos mientras tomamos sin preocupación el sol a la orilla de las lagunas. Es así que podemos escuchar el tic tac lento del tiempo a la vez que vamos reflexionando sobre la existencia.
—Sorpresa que me da usted. No sabía que los caimanes fueran tan profundos.
—Ni yo tampoco, pero que desde que Don Caimán se atrevió zurcirse de ropa fina como todo ejecutivo humano, hemos empezado a reflexionar que quizás debamos salir de estos pantanos y apoderarnos del gobierno de esta Isla en bancarrota. Basta con que alguien de la misma especie de un salto para que los demás le sigamos como si hubiera sido el salto individual de cada cual. Creo que ustedes tienen algunos estudios sobre ese tema.
—Me declaro ignorante, puede ser…pero lo que noto es que es usted ambicioso. Mas no distraigamos el tema, que luego volveré para que me cuente más de la vida caimana. Dígame cómo Don Caimán se coló entre los humanos.
—Quien más le puede dar detalles, pues lo conoció en la misma intimidad es una caimana que vive más abajo en aquellas cuevas que usted ve allí donde retozan aquellos caimanitos que son sus biznietos. Lo único que le puedo anticipar es que después de convivir con ella una temporada, se pelearon y él se enamoró de una rubia.
—¿Una caimana rubia?
—¡Nombe no! ¿Usted es inocente o se hace? ¿Cuándo ha visto usted un caimán con pelo? Una rubia humana. Pero vaya que ella le va a contar mejor. Yo estoy aquí esperando con boca abierta a que caiga algo, no soy tan ambicioso como Don Caimán.

Me dirigí de inmediato a las cuevas de la caimana quien al mero asomo me increpó con furia vieja y sin darme siquiera tiempo a presentarme o introducir la conversación, disparó una andanada de frases aquí impublicables que había guardado para dirigirlas algún día al amante que la abandonó a medio empollo de una docena de huevos de caimanitos por nacer. Si bien él muchas veces regresó y vio por ellos, ella no le perdonaba su fuga con la rubia del banco.
—Ya sé a lo que viene. Por aquí todos nos enteramos de lo que está pasando. Yo no tengo pepitas en la lengua, piedras y mucho menos tortugas, así que hablo rápido y al punto; pero tampoco crea que me voy a prestar para decir todo lo que usted piensa que me puede sacar. Soy la única aquí que no le tiene miedo a Don Caimán y que se atreva a meterse conmigo. Total que es más lo que tiene que agradecerme que reprocharme. Pues a pesar que con la rubia escaló todas las esferas de poder, fue conmigo que escaló... Bueno a usted no le importa. ¿Quiere saber dónde está? ¿Quiere una entrevista con él? Vaya a Condado, porque lo de él ahora es el agua salada, las olas y los penjauces.
—Una sola pregunta, si me permite. — Le dije tímidamente.
— ¡Una sola y se me va pa’ casa’el carajo! 
--- He, he… ¿Por qué Caimán, la abandonó?
—Ay, ay, por qué me pregunta eso y delante de estos biznietos que son su descendencia encaminados ya desde chiquitos a ser abogados, pastores evangélicos, políticos y toda cosa que se arrastra en sociedad…Por eso me tiene más que agradecer porque a pesar de ser tan ingrato, tan granujam; le he sacado su descendencia hacia adelante. Vaya a la legislatura, a las cortes del país, a cuanto sitio se hace y se deshace y encontrará un descendiente de Don Caimán. Pero el muy ingrato, el hijoeputa cabrón me dejó por una humana, por una rubia que pasaba por arriba en el puente y él la tenía muy ligada y se buscó la excusa de irse pal carajo el día que encontró a Juancho, el caimán con quien usted habló ya, trepado inocentemente encima de mí sacándome una espina de mangle que se me había espetado en la cabeza ese mismo día. Porque yo sí que soy una lagarta decente y no como esa cuera que se lo llevó y lo convirtió de noche a la mañana en ejecutivo. Pero vaya, váyase pa’ Condado y que sea él quien le cuente.
Dejé aquel lugar inundado en lágrimas frías de la caimana y no tardé mucho en llegar a Condado, a un lugar de esos muy exclusivos e inaccesibles para la mayoría de nosotros. Me las arreglé como pude y para mi propia sorpresa me recibió en su “Pen House” el mismo Don Caimán, envuelto en bata de terciopelo, fumando descaradamente un cigarro y ofreciéndome hospitalariamente los manjares y delicias que chicas en menudas ropas no cesaban de servir. El océano Atlántico, murmuraba entre salitre y olas lo que sería el fondo de nuestra conversación. Me miró a los ojos, sentí la incomodidad de ser observado fijamente por un animal de otra especie que no se suponía estuviera allí y sin más me guiñó un ojo y comenzó, sin yo preguntar, a dar detalles de sus andanzas.
—Para que no perdamos tiempo vamos directo al grano. También yo te vi en los tribunales y me decía: “este no cuadra aquí.”  ¿Recuerdas aquel ex juez, supuestamente amigo tuyo, que te dijo que no eras bueno haciendo amigos, pero excelente haciendo enemigos? ¿Verdad, lo recuerdas bien? Pues quien le comentó eso para que te lo dijera fui yo. Pero algo raro te pasa, no entiendes los mensajes o no los quisiste entender.
—Recuerdo, recuerdo, pero dígame… ¿Cómo de un simple caimán ascendió a través de los círculos del poder hasta lograr tanto control como el que logró?
—Motivación, muchacho. Y te voy a ser bien sincero, no hay mejor motivación para ambicionar el poder y la ostentosidad que aquí observas que aquella de no estar por nadie ni nada excepto por alimentar y ver crecer el propio ego hasta donde nadie tiene idea. Mientras más deseos de ostentar y aparentar tienes, más lejos llegas.
—¿O sea que usted reconoce que es su ego insaciable lo que lo movió y le impulsó?
—No soy otra cosa que ego, puro ego que se alimenta del ego mismo y del placer de las cosas, especialmente de la destrucción de los enemigos, que es casi todo el mundo. Toma date un pase.
—No, no uso nada de eso. ¡Vaya filosofía!
—¿Y quién carajo te crees tú para juzgarla? Tú, infeliz que no tienes en qué caerte muerto y mucho menos has de tener quién te recoja? Pero vamos a los detalles para que sepas cómo se bate el cobre. Se necesita darse el cantazo que yo me di cuando encontré a la puta esa de la Caimana con Juancho encaramao. Ya yo le había echado ojitos a la rubia del banco que pasaba en minifalda todos los días por el puente de la laguna. Ese fue el día, que aún en cuatro patas la seguí y tuve la osadía de hablarle. Primero fue tímida, quizás horrorizada, pero poco a poco descubrimos que estábamos hechos de lo mismo, de ambición de apariencias infinitas; así que la convencí que me usara como maletín y de esa manera encubierta fue que por primera vez me colé entre humanos. ¿De qué te ríes?
—No de nada, sólo que aunque creo haber visto algo así en los muñequitos, me parece que no deja de ser original y gracioso a la misma vez.
—Empecé desde abajo, pero pronto ascendí. Cuando hice conexión con los de mantenimiento fue el palo. Ya no tenía que ir de incógnito y luego lo demás es historia de la cual tú mismo puedes dar fe.
—No creo.
—No te hagas, si tuviste un casito hace años con nosotros y todo quedó en el limbo. Te voy a refrescar la memoria. Aquel caso en que la jueza sustituyó al que dictaba sentencias a lo loco, la juez que es más fea que la misma vieja caimana; por lo bajo dejó aquella reconvención fuera del pleito y se ensañó aún más contigo que eras el abogado y el demandado y te llovieron de pronto los problemas. Era como una maldición gitana de esas que le auguran multiplicidad de pleitos la que te hubiera caído.
—Sí, ya recuerdo la juez que conectaba su aura con las sombras para hacer su fechorías.
—¡Ah tú ves el aura! Con razón te metes en tanto problema, a veces es mejor no ver, no oler, no escuchar…mini, maini, mou.
—En medio de mi cáncer me relevó de un caso sin que se lo solicitara. Ensañada completamente, pero para entonces estaba luchando entre la vida y la muerte.
—¿Y no lo estás ahora? Olvida que te pregunté eso. Mira me caes bien a pesar de todo. Ese caso, no el que te relevó la juez, el otro, el de la reconvención contra el banco, lo teníamos cuadrado desde antes de que compraras la finca. Fue un error de cálculo que se te vendiera a ti. La íbamos a recuperar para pasársela a un ex senador que estaba muy interesado en ella. La idea fue hacer que fallaras en los pagos de una manera u otra, hostigarte hasta más no poder y en última instancia jugar la carta del débito que dejamos de cobrar para que se te reflejara el atraso y demandarte para ejecutarte la propiedad. Trataste de negociar pero le dimos instrucciones al Sr. Maraña, quien era un primo caimán que pusimos en servicio al cliente para que te pidiera un proyecto de tus planes de desarrollo, te robara la idea y continuáramos con la ejecución de la hipoteca porque al fin y al cabo nunca aceptamos que te pusieras al día como quisiste, simplemente no nos dio la gana de aceptarte el pago. Te queríamos joder, dejarte en la calle, sin crédito, sin nada. Disculpa que suspire, pero estuvimos cerca… El juez ya estaba hablado, por eso dictó sentencias que no correspondían a derecho. Cuando el caso volvió del apelativo, te cambiamos de juez y lo encuevamos porque se había calentado mucho. Entonces es que llega la juez caimana, esa que te dejó sin reconvención en una ocasión que no llegaste a una vista de estado de los procedimientos. Tú eras tu propio abogado y eras el cliente, eso no te ayudaba mucho porque no siempre pudiste ver rápido nuestras trastadas.
—A la última juez que vio el caso le dije que no se manchara con el mismo. Incluso le pedí que lo elevara al tribunal Supremo para que revisaran toda la conducta de jueces y abogados.
—Pero no lo hizo. Eres muy sano, muy inocente. Crees en la justicia y no en el sistema. Debería ser al revés, yo creí en el sistema tal y como me lo presentaron y mira quién y cómo aquí es hoy el anfitrión. El sistema ha trabajado para mí, no para ti. Esta es mi venganza, que vinieras a entrevistarme en mi opulencia, sin evidencia ni nada en mi contra. Soy el caimán que te movió en contra ese caso como otros porque una vez este caimán muerde, no suelta la presa. ¿Por qué crees que la jueza a cargo del listado de casos de oficio no perdió tiempo después de tu cáncer y te llamó para clavarte en los dos listados de abogados de oficio? El sistema no le gusta que lo reten, que lo cuestionen. Te pintarán como el malo, el rebelde, te destruirán porque el sistema no cree en esa justicia con la que tú sueñas.
—No creo que seas un caimán.       
—No. No lo soy. Soy el Ego y su vanidad, el caimán es una buena imagen que retrata todo esto, pasa que a veces hay unos que nos salen cocodrilos…
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