Sunday, October 15, 2017

Un día de luna

Estaba la luna columpiándose y retozando entre espigas y ramas secas a la luz de la mañana. Parecía estar feliz a tono con el día que comenzaba en plenitud de luz con un cielo teñido de añil. El índigo celeste cubría todo el paisaje que se había convertido en una extensión dorada de tanta vegetación zarandeada y expuesta a los rayos inclementes del sol tropical.
Por lo regular, amaneceres soleados con sus cielos despejados, contrastaban con el paisaje regular de infinitas tonalidades del verde que todo bosque lluvioso contiene. El verdor, sin embargo, había desaparecido por causa del terrible huracán llamado María que azotó a la Isla entera, derribando árboles y a los que no, quebrándole sus ramas y deshojándoles en su totalidad. En fin, todo lo que fuera verde, aquel huracán se ensañó con ello y con toda furia sopló hasta dejar todo el bosque maltrecho.
La luna, no estuvo ajena al evento. En su juego al vaivén de las ramas y espigas, ella miraba a todos lados de aquel paisaje tan cambiado y sentía en su alma, que su alegría menguaba. Su alma soñadora, no obstante, le hacía recrearse en aquel nuevo paisaje de un contraste tan maravilloso de colores. El nuevo panorama, le traía recuerdos de tierras que todas las noches, ella visitaba en otros continentes lejanos a la Isla que tanto amaba.
De lejos la luna miraba y no lo podía creer que aquel huracán que malamente nombraron María no hubiera tenido compasión alguna con tanto árbol y sus moradores. En aquel bosque habitaban tantas aves buenas que la luna conocía como eran la reinita, el pitirre, el guaraguao, la alondra, el zorzal, el pájaro carpintero, la reina mora, el pájaro bobo, el búho y hasta la misma lechuza que a tantos en las noches espantaba. A todos ella extrañaba, pero en particular a las aves nocturnas que siempre han sido sus preferidos, por ser ella un ser mayormente de la noche. Sobre todo, extrañaba al Sr. Búho quien era tan sabio y en sus noches de luna llena con ella platicaba. En busca del rastro de sus amigos tan queridos, la luna decidió acercarse más a la tierra para saber del destino de los mismos. Cruzó frente a la cara de una palmera que estaba muy triste. Para alegrarla, le hizo una pirueta en el aire.
--¿Qué te pasa? -- Le preguntó la luna. --Todos mis cocos los tumbó la furia. --Le contestó la palmera herida. --No te preocupes, ya echarás nuevas ramas, más cocos y mira como el hombre calmó su sed y el hambre con los que derribó María a quien llamas furia. --¡Es cierto! Vi como disfrutó de la dulzura refrescante de mi agua y lo nutritivo de mi pulpa. --¡Nada se pierde querida palma! --¡Gracias, amiga luna! --¡De nada, amiga palma! ¿Has visto a mis amigos nocturnos? --No, pregúntale al árbol que está allí acostado. ¡Suerte amiga luna! La luna dando un salto y haciendo otra pirueta para alegrar a su amiga palma, le dio las gracias y fue a equilibrarse sobre la espiga de una rama.
Mientras la luna reposaba sobre aquella espiga, divisó al árbol que descansaba sobre el horizonte mientras comenzaba a echar algunas ramas y hojas nuevas.
--¡Luna! – La llamó el árbol tumbado, al verla. Se trataba de un árbol muy conocido en la Isla, el cual vino desde África hace unos siglos cuando la locura de esclavizar a otros humanos era legal.
--¡Hola árbol de Amapola Africana! – Le respondió ella muy motivada, mientras se le acercaba. --Hola – El árbol le contestó. --¿Has visto a mis amigos nocturnos, el búho, la lechuza, el grillo, la luciérnaga, el murciélago, entre otros? --Sólo he visto a un pájaro carpintero errante que no encuentra a su pareja. – Le dijo el árbol con voz entrecortada y quejumbrosa.
--¿Por qué tan triste? – Le preguntó ella, a pesar de saber de la desolación que el huracán causó y todas las razones que podía tener el árbol para su tristeza. --Todos los pájaros que en mi anidaban, se han marchado, después que el huracán me derribó al suelo y me despojó de mis hojas, nadie alegra mis ramas con sus cánticos. --No estés ya triste. No ves que ya te están creciendo ramas y hojas. --Si, pero no estoy ya erguido hacia el cielo azul. --No lo estarás ahora, pero tus ramas ya van creciendo hacia arriba. Voy a compartir contigo mi poder para que despierte nuevamente el tuyo. --¿Sabes una cosa? – Le preguntó la luna. --¿Qué? --Que todos se han de levantar, se han de renovar y muchos ni siquiera necesitan ayuda para eso. ¡Todos son poderosos! Te voy a dar un poco de ayuda, pero me prometes una cosa. --¿Qué? --Me prometerás que, al reponerte, te valdrás por ti mismo y no dependerás de nadie excepto para compartir lo que tienes. --¡Así ha sido siempre! Mi poder ha sido siempre dar flores, hojas y ramas para que los pájaros aniden y se alimenten en mí. --¡Pues por un instante voy a anidar en ti, para que sientas el inmenso poder que posees y te levantes nuevamente! --¡Encantado, eres bienvenida amiga luna!
Y la luna anidó por un momento entre la nueva fronda que renacía reluciente en aquel árbol. El árbol sintió inmediatamente su autoestima herida reponerse y pronto comenzó a enderezar su copa hacia el cielo. Así comenzó a dar gracias a la luna y a la vida por el poder que en sí mismo redescubría. La luna pronto encontraría a sus amigos nocturnos cuando el día cediera nuevamente, su turno a la noche llena de magia y esplendor a pesar de todas las tormentas, que siempre son pasajeras.
augustopoderes copyright 2017 Cuentos de María

1 comment:

  1. Me encanta el positivismo, el ánimo repartido, la esperanza de continuidad que aprecio en el relato.

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