Sunday, October 22, 2017

Pájaros y Pícaros

El árbol favorito de todas las aves siempre fue el mangó. Era el lugar de reuniones, nocturnas y diurnas, para pájaros, insectos y toda clase de ser viviente que se antojara pasar un rato entre sus hojas fragantes. El mangó, sin embargo, había quedado despojado de todas sus hojas por lo cual no era refugio adecuado ni lugar seguro para nadie. Una vez comenzó a echar hojas, los pájaros se fueron acercando y entablando nuevas conversaciones sobre aquel evento tan terrible que había pasado por la Isla. Se acercaron allí pues, el San Pedrito, la Tórtola, la Sabanera, el Zorzal, la Alondra y todos los que usualmente durante el día asomaban como parte de su quehacer diario. Había algunos que estaban algo desplumados, como otros que sus plumas estaban aún erizadas del susto. Ello provocó la risa y la burla de algunos, a la misma vez que la reprimenda de los más sobrios. 
---No te burles. --No me burlo. Le replicó el pájaro carpintero a la tórtola mientras repicaba su risa al ver aquel pájaro recién llegado todo esmorusado.
--¡Cuidado, que nos está mirando! Le advirtió la tórtola al pícaro de carpintero.
--¿Le tienes miedo?
--Respeto. Además, no tengo por qué temerle pues no soy yo quien se ha burlado de su condición. Creo que es a ti que te mira.
--¿Sabes a qué familia pertenece? – Le preguntó un poco alarmado el pájaro carpintero.
--¿Te asustas ahora?
--Seguro. Mira como tiemblo. Parece que se te olvida con quien hablas.
--Hablo con el pájaro llorón que hace unos días no había quien lo consolara.
--¿Quién te ha dicho semejante mentira?
--Todo el bosque sabe el cuento. El día que la luna descendió, se enteró que volabas errante de árbol en árbol en llanto muy doloroso.
--No es cierto. Volaba celebrando que había vencido la huracanada. La tórtola no pudo resistir y ronroneo una risotada que atrajo aun más la atención de aquel vecino que intentaba acomodar aun sus plumas en desorden.
--Ahora la asustada eres tú, Mira como se ha vuelto a mirarte. Creo que es un pichón de halcón. Mejor volemos a otro árbol, por tu seguridad.
--¡Eres un pájaro presumido! No le temo, y quien ya te dije debe temer eres tú.
--¡Eres una atrevida, tórtola! ¿Es que no has visto mi pecho?
--Ya se ese cuento. Contestó la tórtola mientras suspiraba y levantaba la mirada.
El pájaro carpintero se había mudado de rama para que el halconcillo no lo viera. Mientras la tórtola continuó en su sitio sin dejar de conversar con su presuntuoso amigo.
--A ver: cuéntame qué hay con tu pecho.
--¿No ves? --Si, veo tu pecho rojo. Por eso te dije que ya se ese cuento.
--¿Sabes que es la sangre del huracán cuando lo maté?
--Si seguro, mezclada con la tuya. – Se burló la tórtola. El pájaro carpintero estaba entrando en mal humor cuando de pronto vio sobre un cordel, un pájaro de plumas negras que definitivamente no era de los que entre ellos habitaba. Para distraer la conversación tan embarazosa, le señaló a la tórtola hacia el nuevo vecino.
--¿Ves a ese?
--No lo había visto nunca.
--¡Claro que no! Es un pájaro de pueblo, de ciudad. No sabe de tanto que lleva viviendo de las migajas de los humanos, lo que es la vida silvestre.
--Parece que su malhumor es mayor al tuyo.
--Muy graciosa. Déjame contarte la historia de ese pajarraco.
--Está bien, dale que esa no me la sé.
--Los humanos lo llaman chango, también se le conoce como Mozambique. Es un pájaro que se ha arrimado a los humanos sin hacerse amigo de estos como lo han hecho el perro y otros animales dóciles que interactúan con esa especie.
--¿No te gustan los humanos?
--¿No te gustan los humanos? – Repitió el carpintero con gran cinismo. No se trata de si me gustan o no. En todo caso: ¿Te has podido comer uno alguna vez?
--Está bien. No te enojes y continua, que ya tengo curiosidad.
--Bueno, resulta que ese pájaro, dejó de vivir como nosotros en los montes desde hace mucho. No debería considerársele vida silvestre pues como te dije, vive entre los humanos y depende de ellos. --¿Y por qué este está ahí en ese cordel?
--Lo habrá traído el viento, pero definitivamente está más perdido que un juey bizco en un cerro.
--Es verdad.
--Estuve hablando con él el otro día. Al principio estuvo muy callado y evasivo, pero luego se soltó y me contó sus desventuras.
--Pues dale cuenta, que ya vas dando demasiada ronda.
--¡Vaya con esta tórtola tan chismosa! Pues ahí te va. Mira ese tipo no es de fiar. Si te has fijado en su pico y su poca gracia. Entre los humanos se las daba de pícaro y de ser el más listo en agenciarse la diversidad de comidas y bebidas que se le antojara.
--¿Y qué tiene de malo eso?
--¿No lo ves? Ni siquiera sabe lo que es un árbol, sus ramas y sus hojas. Sigue dependiendo del ingenio humano y se trepa en el cordel que ellos tendieron para lo que de nada les sirve ahora y peor aún, si nadie deja caer una migaja o desatender un buen plato, ellos no comen porque no saben otra cosa que depender de los humanos.
--Vaya con el pobre chango.
--Nada de pobre, sinvergüenza negador de su reino que es el muy bribón.
--Pero le bastará volver donde los humanos para volver a comer.
--Puede ser, pero esos humanos son muy parecidos al chango.
--¿Y?
--Que los humanos de los que el chango depende han quedado más desplumados que nosotros y también como aquel, olvidaron su vida silvestre.
--¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?
--Mira tórtola, ve y pregúntale.-
La tórtola curiosa, saltó de un vuelo al cordel que estaba no muy lejos y saludó al chango. Este inmediatamente, le contó su historia plañidera. Su historia le remontaba a la magia de la ciudad, los parques y las fuentes de los humanos donde todo era abundancia y bullicio. Le refirió el día terrible del gran huracán cuando fue transportado por un gran remolino a lugares que nunca había conocido hasta llegar allí. Le relató que había perdido a toda su familia y su bandada y que llevaba días sin comer. La tórtola conmovida comenzó a dudar de lo que le había contado a su vez su amigo el pájaro carpintero. En realidad, el pobre chango había sufrido. Pensó ella. El chango lloraba sin cesar un graznido totalmente nuevo para la tórtola que conmovida voló y picoteó la pulpa de un coco. En su pico asió un pedazo de coco que era buen alimento y voló hacia el chango. El chango al verla ansiosamente esperaba que la tórtola dejara caer el pedazo de alimento para él alimentarse. La tórtola, sin embargo, silvestre al fin, continuó de largo su vuelo y regresó a donde se encontraba primero cuando hablaba con el pájaro carpintero. El chango siguió contemplando el cielo, esperando que cayera como en otros tiempos, antes del huracán lo que fuera su alimento. augustopoderes copyright 2017

Sunday, October 15, 2017

Un día de luna

Estaba la luna columpiándose y retozando entre espigas y ramas secas a la luz de la mañana. Parecía estar feliz a tono con el día que comenzaba en plenitud de luz con un cielo teñido de añil. El índigo celeste cubría todo el paisaje que se había convertido en una extensión dorada de tanta vegetación zarandeada y expuesta a los rayos inclementes del sol tropical.
Por lo regular, amaneceres soleados con sus cielos despejados, contrastaban con el paisaje regular de infinitas tonalidades del verde que todo bosque lluvioso contiene. El verdor, sin embargo, había desaparecido por causa del terrible huracán llamado María que azotó a la Isla entera, derribando árboles y a los que no, quebrándole sus ramas y deshojándoles en su totalidad. En fin, todo lo que fuera verde, aquel huracán se ensañó con ello y con toda furia sopló hasta dejar todo el bosque maltrecho.
La luna, no estuvo ajena al evento. En su juego al vaivén de las ramas y espigas, ella miraba a todos lados de aquel paisaje tan cambiado y sentía en su alma, que su alegría menguaba. Su alma soñadora, no obstante, le hacía recrearse en aquel nuevo paisaje de un contraste tan maravilloso de colores. El nuevo panorama, le traía recuerdos de tierras que todas las noches, ella visitaba en otros continentes lejanos a la Isla que tanto amaba.
De lejos la luna miraba y no lo podía creer que aquel huracán que malamente nombraron María no hubiera tenido compasión alguna con tanto árbol y sus moradores. En aquel bosque habitaban tantas aves buenas que la luna conocía como eran la reinita, el pitirre, el guaraguao, la alondra, el zorzal, el pájaro carpintero, la reina mora, el pájaro bobo, el búho y hasta la misma lechuza que a tantos en las noches espantaba. A todos ella extrañaba, pero en particular a las aves nocturnas que siempre han sido sus preferidos, por ser ella un ser mayormente de la noche. Sobre todo, extrañaba al Sr. Búho quien era tan sabio y en sus noches de luna llena con ella platicaba. En busca del rastro de sus amigos tan queridos, la luna decidió acercarse más a la tierra para saber del destino de los mismos. Cruzó frente a la cara de una palmera que estaba muy triste. Para alegrarla, le hizo una pirueta en el aire.
--¿Qué te pasa? -- Le preguntó la luna. --Todos mis cocos los tumbó la furia. --Le contestó la palmera herida. --No te preocupes, ya echarás nuevas ramas, más cocos y mira como el hombre calmó su sed y el hambre con los que derribó María a quien llamas furia. --¡Es cierto! Vi como disfrutó de la dulzura refrescante de mi agua y lo nutritivo de mi pulpa. --¡Nada se pierde querida palma! --¡Gracias, amiga luna! --¡De nada, amiga palma! ¿Has visto a mis amigos nocturnos? --No, pregúntale al árbol que está allí acostado. ¡Suerte amiga luna! La luna dando un salto y haciendo otra pirueta para alegrar a su amiga palma, le dio las gracias y fue a equilibrarse sobre la espiga de una rama.
Mientras la luna reposaba sobre aquella espiga, divisó al árbol que descansaba sobre el horizonte mientras comenzaba a echar algunas ramas y hojas nuevas.
--¡Luna! – La llamó el árbol tumbado, al verla. Se trataba de un árbol muy conocido en la Isla, el cual vino desde África hace unos siglos cuando la locura de esclavizar a otros humanos era legal.
--¡Hola árbol de Amapola Africana! – Le respondió ella muy motivada, mientras se le acercaba. --Hola – El árbol le contestó. --¿Has visto a mis amigos nocturnos, el búho, la lechuza, el grillo, la luciérnaga, el murciélago, entre otros? --Sólo he visto a un pájaro carpintero errante que no encuentra a su pareja. – Le dijo el árbol con voz entrecortada y quejumbrosa.
--¿Por qué tan triste? – Le preguntó ella, a pesar de saber de la desolación que el huracán causó y todas las razones que podía tener el árbol para su tristeza. --Todos los pájaros que en mi anidaban, se han marchado, después que el huracán me derribó al suelo y me despojó de mis hojas, nadie alegra mis ramas con sus cánticos. --No estés ya triste. No ves que ya te están creciendo ramas y hojas. --Si, pero no estoy ya erguido hacia el cielo azul. --No lo estarás ahora, pero tus ramas ya van creciendo hacia arriba. Voy a compartir contigo mi poder para que despierte nuevamente el tuyo. --¿Sabes una cosa? – Le preguntó la luna. --¿Qué? --Que todos se han de levantar, se han de renovar y muchos ni siquiera necesitan ayuda para eso. ¡Todos son poderosos! Te voy a dar un poco de ayuda, pero me prometes una cosa. --¿Qué? --Me prometerás que, al reponerte, te valdrás por ti mismo y no dependerás de nadie excepto para compartir lo que tienes. --¡Así ha sido siempre! Mi poder ha sido siempre dar flores, hojas y ramas para que los pájaros aniden y se alimenten en mí. --¡Pues por un instante voy a anidar en ti, para que sientas el inmenso poder que posees y te levantes nuevamente! --¡Encantado, eres bienvenida amiga luna!
Y la luna anidó por un momento entre la nueva fronda que renacía reluciente en aquel árbol. El árbol sintió inmediatamente su autoestima herida reponerse y pronto comenzó a enderezar su copa hacia el cielo. Así comenzó a dar gracias a la luna y a la vida por el poder que en sí mismo redescubría. La luna pronto encontraría a sus amigos nocturnos cuando el día cediera nuevamente, su turno a la noche llena de magia y esplendor a pesar de todas las tormentas, que siempre son pasajeras.
augustopoderes copyright 2017 Cuentos de María