El árbol favorito de todas las aves siempre fue el mangó. Era el lugar de reuniones, nocturnas y diurnas, para pájaros, insectos y toda clase de ser viviente que se antojara pasar un rato entre sus hojas fragantes. El mangó, sin embargo, había quedado despojado de todas sus hojas por lo cual no era refugio adecuado ni lugar seguro para nadie. Una vez comenzó a echar hojas, los pájaros se fueron acercando y entablando nuevas conversaciones sobre aquel evento tan terrible que había pasado por la Isla. Se acercaron allí pues, el San Pedrito, la Tórtola, la Sabanera, el Zorzal, la Alondra y todos los que usualmente durante el día asomaban como parte de su quehacer diario. Había algunos que estaban algo desplumados, como otros que sus plumas estaban aún erizadas del susto. Ello provocó la risa y la burla de algunos, a la misma vez que la reprimenda de los más sobrios.
---No te burles.
--No me burlo. Le replicó el pájaro carpintero a la tórtola mientras repicaba su risa al ver aquel pájaro recién llegado todo esmorusado.
--¡Cuidado, que nos está mirando! Le advirtió la tórtola al pícaro de carpintero.
--¿Le tienes miedo?
--Respeto. Además, no tengo por qué temerle pues no soy yo quien se ha burlado de su condición. Creo que es a ti que te mira.
--¿Sabes a qué familia pertenece? – Le preguntó un poco alarmado el pájaro carpintero.
--¿Te asustas ahora?
--Seguro. Mira como tiemblo. Parece que se te olvida con quien hablas.
--Hablo con el pájaro llorón que hace unos días no había quien lo consolara.
--¿Quién te ha dicho semejante mentira?
--Todo el bosque sabe el cuento. El día que la luna descendió, se enteró que volabas errante de árbol en árbol en llanto muy doloroso.
--No es cierto. Volaba celebrando que había vencido la huracanada.
La tórtola no pudo resistir y ronroneo una risotada que atrajo aun más la atención de aquel vecino que intentaba acomodar aun sus plumas en desorden.
--Ahora la asustada eres tú, Mira como se ha vuelto a mirarte. Creo que es un pichón de halcón. Mejor volemos a otro árbol, por tu seguridad.
--¡Eres un pájaro presumido! No le temo, y quien ya te dije debe temer eres tú.
--¡Eres una atrevida, tórtola! ¿Es que no has visto mi pecho?
--Ya se ese cuento. Contestó la tórtola mientras suspiraba y levantaba la mirada.
El pájaro carpintero se había mudado de rama para que el halconcillo no lo viera. Mientras la tórtola continuó en su sitio sin dejar de conversar con su presuntuoso amigo.
--A ver: cuéntame qué hay con tu pecho.
--¿No ves?
--Si, veo tu pecho rojo. Por eso te dije que ya se ese cuento.
--¿Sabes que es la sangre del huracán cuando lo maté?
--Si seguro, mezclada con la tuya. – Se burló la tórtola.
El pájaro carpintero estaba entrando en mal humor cuando de pronto vio sobre un cordel, un pájaro de plumas negras que definitivamente no era de los que entre ellos habitaba. Para distraer la conversación tan embarazosa, le señaló a la tórtola hacia el nuevo vecino.
--¿Ves a ese?
--No lo había visto nunca.
--¡Claro que no! Es un pájaro de pueblo, de ciudad. No sabe de tanto que lleva viviendo de las migajas de los humanos, lo que es la vida silvestre.
--Parece que su malhumor es mayor al tuyo.
--Muy graciosa. Déjame contarte la historia de ese pajarraco.
--Está bien, dale que esa no me la sé.
--Los humanos lo llaman chango, también se le conoce como Mozambique. Es un pájaro que se ha arrimado a los humanos sin hacerse amigo de estos como lo han hecho el perro y otros animales dóciles que interactúan con esa especie.
--¿No te gustan los humanos?
--¿No te gustan los humanos? – Repitió el carpintero con gran cinismo. No se trata de si me gustan o no. En todo caso: ¿Te has podido comer uno alguna vez?
--Está bien. No te enojes y continua, que ya tengo curiosidad.
--Bueno, resulta que ese pájaro, dejó de vivir como nosotros en los montes desde hace mucho. No debería considerársele vida silvestre pues como te dije, vive entre los humanos y depende de ellos.
--¿Y por qué este está ahí en ese cordel?
--Lo habrá traído el viento, pero definitivamente está más perdido que un juey bizco en un cerro.
--Es verdad.
--Estuve hablando con él el otro día. Al principio estuvo muy callado y evasivo, pero luego se soltó y me contó sus desventuras.
--Pues dale cuenta, que ya vas dando demasiada ronda.
--¡Vaya con esta tórtola tan chismosa! Pues ahí te va. Mira ese tipo no es de fiar. Si te has fijado en su pico y su poca gracia. Entre los humanos se las daba de pícaro y de ser el más listo en agenciarse la diversidad de comidas y bebidas que se le antojara.
--¿Y qué tiene de malo eso?
--¿No lo ves? Ni siquiera sabe lo que es un árbol, sus ramas y sus hojas. Sigue dependiendo del ingenio humano y se trepa en el cordel que ellos tendieron para lo que de nada les sirve ahora y peor aún, si nadie deja caer una migaja o desatender un buen plato, ellos no comen porque no saben otra cosa que depender de los humanos.
--Vaya con el pobre chango.
--Nada de pobre, sinvergüenza negador de su reino que es el muy bribón.
--Pero le bastará volver donde los humanos para volver a comer.
--Puede ser, pero esos humanos son muy parecidos al chango.
--¿Y?
--Que los humanos de los que el chango depende han quedado más desplumados que nosotros y también como aquel, olvidaron su vida silvestre.
--¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra?
--Mira tórtola, ve y pregúntale.-
La tórtola curiosa, saltó de un vuelo al cordel que estaba no muy lejos y saludó al chango. Este inmediatamente, le contó su historia plañidera. Su historia le remontaba a la magia de la ciudad, los parques y las fuentes de los humanos donde todo era abundancia y bullicio. Le refirió el día terrible del gran huracán cuando fue transportado por un gran remolino a lugares que nunca había conocido hasta llegar allí. Le relató que había perdido a toda su familia y su bandada y que llevaba días sin comer. La tórtola conmovida comenzó a dudar de lo que le había contado a su vez su amigo el pájaro carpintero. En realidad, el pobre chango había sufrido. Pensó ella. El chango lloraba sin cesar un graznido totalmente nuevo para la tórtola que conmovida voló y picoteó la pulpa de un coco. En su pico asió un pedazo de coco que era buen alimento y voló hacia el chango. El chango al verla ansiosamente esperaba que la tórtola dejara caer el pedazo de alimento para él alimentarse. La tórtola, sin embargo, silvestre al fin, continuó de largo su vuelo y regresó a donde se encontraba primero cuando hablaba con el pájaro carpintero. El chango siguió contemplando el cielo, esperando que cayera como en otros tiempos, antes del huracán lo que fuera su alimento.
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